miércoles, 19 de agosto de 2015

haz lo que quieras

Muchas veces conoces la teoría mejor que nadie y piensas que la tienes muy asumida, y que la pones en práctica. Hasta que viene alguien que te abre los ojos o, más bien, que te enseña a mirarte con ojos ajenos. A mí me pasó, me vi con esos ojos y al principio lo negaba, pero luego vi que era totalmente cierto... y ahí es cuando llega la comprensión, cuando integras de verdad lo que quieres ser y cuando desechas lo que no. Eso me ha llevado a cambiar cosas de mí misma, a mejorar bastante, y a no parecerme ya mucho a ese infeliz manojito de nervios que era.

El otro día, cuando decía que no entendía por qué no lograba ser feliz aun cumpliendo todas las normas, aun haciendo todo lo que debía, no mencioné el hecho de que, posteriormente, me quedó muy clara la razón. Que todos somos diferentes, que no todos necesitamos las mismas cosas para ser feliz, que lo que te vale a ti, a lo mejor no me vale a mí, y lo que me vale a mí, no le vale a otro.

De esta idea se desprenden muchas otras. Por ejemplo, yo antes me sentía acreditada a dar consejos a diestro y siniestro a todo el mundo, como si fuera la poseedora de todas las respuestas. Qué idea más absurda, si ni siquiera tenía respuestas para mí. Pero en cierto modo, sentía que si a mí me funcionaba cierta cosa, pues que la otra persona tenía que hacerlo como yo igual, para que le funcionara también. Aunque no me pidiera ayuda. Aunque su vida y la mía no tuviera nada que ver. Eso me llevaba muchas veces a sentirme frustrada cuando ofrecía soluciones y no me hacían caso, no entendía nada. Yo partía desde la idea de que todos somos iguales y que todos funcionamos (o podemos funcionar) igual.

En cierto modo, pecaba quizás de soberbia, dando por hecho que sabía más que los demás, y pensaba que los demás no me hacían caso porque no tenían ni idea de nada, o qué sé yo. Puede ser que observara que los demás no tenían esas armas para solucionar sus problemas, y con la mejor intención, yo se las daba. Y a lo mejor ellos no consideraban, siquiera, que tuvieran un problema.

Creo que cuando le decía a alguien cómo hacer las cosas o vivir su vida, lo que trataba de hacer era establecer una relación de dependencia, en lugar de tratarnos como personas enteras e independientes, con nuestras propias maneras de concebir las cosas y nuestro propio modo de actuar. En lugar de respetar y decir "bueno, ese es su camino", decía "tu camino no sirve, coge el mismo que cogí yo".

Ahora miro ese comportamiento como extraño, ya no sería capaz de volver a ser así. He aprendido a respetar la vida y las decisiones de los demás, a verlos como diferentes, ni mejores ni peores. Y he aprendido también a no ser la salvadora del mundo, a no sentirme obligada a solucionar (o tratar de hacerlo, más bien) todo lo que yo percibía como problema en las personas que me rodean. "Sólo aconsejo cuando me piden consejo". Algo tan sencillo y tan difícil de aprender. Algo que ha sido una verdadera revolución en mi interior.

Y algo gracioso... Ahora tampoco llevo bien que me digan qué tengo que hacer y cómo si yo no he pedido ayuda. Es curioso cómo funcionan las cosas siempre en dos direcciones, ¿no?

1 comentario:

Dani 🍋 Дани dijo...

Me parecen maravillosas tus dos nuevas entradas, y me encanta lo que dices en ellas. Un beso muy fuerte.